Conozcan a Henri Chocolat...
Henri Chocolat, alias Clérigo Maraca. Prohombre.
Hace ya muchos años, en la época en que todos los suizos iban a nacer a Montreux, vino al mundo Henri Chocolat rodeado de banderolas, hurras y algarabía, pero sin el apoyo fundamental de una madre abnegada que echarse a la boca, pues la señora de Chocolat se hallaba en ese momento presa del lumbago en una prisión del Turco. Fue justo este día cuando el pequeño Henri decidió ser un prohombre.
A los siete años ingresó en el estricto y almendrado Liceo Espartíata Licurgo Perlimplín, donde aprendió física acuática, el deletreo de seis mil palabras malsonantes y el difícil arte de elaborar milhojas de crema.
Ya a pocos metros de la senectud, buscó compinches en los bajos fondos del lago de Lucerna para emprender ciertos negocios revolucionarios que darían mucho que hablar en los círculos filatélicos del Káiser Guillermo.
Así fue que se marchó con un hatillo con dos mudas, una sotana de su padre y el Gran Tesoro del Reino del Preste Juan: una enorme maraca de bambú y lentejuelas.
Paso a paso llegó a la Iglesia de Todos los Santos de Wittenberg, donde su compinche Lutero le aguardaba con impaciencia ante una enorme multitud vociferante, pues el pobre de don Henri había quedado en llevarle personalmente al alemán sus 95 tesis en contra de la venta de indulgencias para la construcción de la Basílica de San Pedro. Para preservar su intimidad, el señor Chocolat se había agenciado un modernísimo pasaporte digital a nombre de un tal Clérigo Maraca.
El follón fue de antología. Los papas Julio II y León X dejaron de hablarle, fue incluido en una base de datos de morosos por el impago de tres mensualidades de su suscripción al Reader’s Digest y, para colmo de males, su compinche Lutero le robó en un descuido su tan preciada receta de la crema pastelera.
Cabreado a más no poder, decidió afincarse en Zürich y callarle la boca al famoso charlatán Miguel Servet inventando un extraño mejunje pastoso a base de leche, cacao, avellanas y azúcar. En la actualidad malgasta su enorme fortuna telefoneando a toda cuanta adivina, bruja y vidente aparece por la guía de teléfonos. Por las noches toca la guitarra moruna debajo de un limonero.